The Guardian pide no encarcelar a las mujeres que delincan

Alguna vez os he hablado de la brecha penal: el doble rasero del sistema penal por el cual los hombres reciben condenas un 63% más altas que las mujeres, y tienen el doble de probabilidades de acabar en prisión. Incluso cuando el delito juzgado es el mismo, y las circunstancias también.

El feminismo no se ha pronunciado nunca sobre el tema, que yo sepa. Pero últimamente hay una cantidad importante de artículos que proponen una solución alternativa al problema: que solo los hombres vayan a prisión.

El tema ha salido en medios como el Washington Post, el Telegraph y la BBC, y el blog Quién se beneficia de tu hombría cubrió hace poco la propuesta de la ONU en la misma dirección. Pero el artículo que más me gusta es el que publicó The Guardian hace unos días, porque expone de forma clarísima la lógica que hay detrás.




Esto es lo que dice:
Las mujeres no suelen dar miedo, ni cometen actos graves de violencia indiscriminada. No violan nuestra integridad sexual ni forman organizaciones criminales, y sin embargo nunca ha habido tantas mujeres en prisión como hoy.
La homogeneidad de la especie humana no se aplica al comportamiento delictivo. Las mujeres constituyen más del 50% de la población, pero solo cometen el 20% de los delitos. Y en los delitos graves la proporción es todavía menor.
Hillary Clinton tiene razón cuando pide reformar el sistema para reducir el número de reclusas, pero los cambios deben ir mucho más allá de lo que pide. Tenemos que aplicar objetivos concretos para eliminar las prisiones femeninas, que actualmente manchan nuestro paisaje y nuestra ética social. 
Los patrones de delito y encarcelamiento femenino son muy similares en Estados Unidos y Australia. En EEUU las mujeres solo cometen el 17% de los delitos graves, y en Australia solo el 13% de los delitos que llevan los tribunales superiores. Además, si redondeamos al número entero más cercano los delitos sexuales cometidos por mujeres, obtenemos un 0%... efectivamente, cero. Sus delitos más habituales son contra la propiedad y relacionados con las drogas. En Australia cometen un 17% y un 26% de esos delitos, respectivamente.
Por supuesto hay mujeres que cometen homicidios, pero la víctima casi siempre es un familiar y el delito tuvo lugar en el contexto de una relación abusiva o un estado de depresión. Todos los homicidios son delitos terribles, pero los que cometen las mujeres no suelen generar víctimas al azar y por tanto no provocan miedo en la sociedad.
A pesar de todo esto, la tasa de encarcelamiento femenino en ambos países es cada vez mayor, y está aumentando mucho más rápido que la masculina. El 8% de los reclusos estadounidenses y australianos son mujeres: son 200.000 en EEUU y 3.000 en Australia.
Casi todas y cada una de esas mujeres encarceladas son víctimas de unas políticas perversas e indiferentes, que no reconocen la existencia de grandes diferencias entre los delincuentes masculinos y femeninos. Esas diferencias son tan destacadas que a ellas deberíamos tratarlas con más indulgencia, no ya cuando sus delitos suelan ser menos graves que los masculinos, sino también cuando sean de la misma gravedad. 
Hay cuatro diferencias principales entre los y las delincuentes. La primera es que ellas son mucho menos reincidentes que los hombres: su tasa de reincidencia, tanto en EEUU como en Australia, es un 10% menor. 
La segunda es que las mujeres sufren más cuando están en prisión. Al tener tasas más altas de transtorno mental les cuesta más adaptarse y aceptar el ambiente de la prisión. Y los estudios estadounidenses muestran que sus probabilidades de sufrir abuso sexual son el triple que entre los hombres. 
La tercera es que la sociedad sufre más cuando retiramos a una mujer y la ponemos tras unas rejas. Más del 50% de las reclusas son madres solteras e incluso en los hogares con ambos padres, las reclusas suelen asumir el cuidado de los hijos. También suelen cuidar a otras personas en mayor proporción (60%) que los hombres. 
Por último, las mujeres son menos culpables cuando cometen un delito. Hay una relación terriblemente directa entre la victimización violenta y sexual de una niña y su futuro como delincuente. Los estudios estadounidenses muestran que entre un 23% y un 37% de las reclusas han dicho haber sufrido abusos físicos o sexuales antes de los 18. Esta tasa es aún más alta en Australia. Encarcelar mujeres no es más que un acto lamentable de victimización de la víctima. 
Hay que reformar por completo el sistema de penas para tratar los delitos femeninos de forma más justa. El punto de partida es que no hay que encarcelar a ninguna delincuente. En la mayoría de los delitos habría que aplicar con ellas sanciones intermedias, como la supervisión electrónica.  
En los casos excepcionales de mujeres que cometan crímenes abominables, la protección de la comunidad y la necesidad de imponer penas proporcionadas hace necesario un tiempo en prisión. Pero esto debería ser la excepción, no ser una norma cada vez mayor. Y esta excepción es tan poco habitual que cerrar las prisiones pasaría de ser una posibilidad utópica a una realidad. 
Estos cambios no perjudicarán a los reclusos masculinos. Es más, es probable que ocurra al revés: que lleve a una evaluación de la ley penal sensata en cuanto a la norma y cimentada en la evidencia empírica. El resultado sería un sistema penal bifurcado, en el cual no se aplicaría encarcelamiento salvo en casos graves de naturaleza violenta o sexual. Este planteamiento beneficiaría enormemente al 50% de los reclusos estadounidenses y australianos, encarcelados (por ejemplo) por delitos contra la propiedad o relacionados con las drogas. 
El planteamiento le ahorraría a la sociedad miles de millones al año, y contribuiría en gran medida a corregir los errores políticos que han llevado a que 10 estados americanos gasten más en prisiones que en educación superior. Y lo mejor: no reduciría en absoluto la seguridad de la sociedad.

Según los últimos datos penitenciarios cumple condena el 0,1% de los hombres y el 0,01% de las mujeres. De ellos, están condenados por delitos con violencia (no necesariamente grave) el 26% entre ellos y del 14% entre ellas, y por delitos contra el patrimonio o contra la salud pública 60% entre ellos y el 73% entre ellas.

Es decir, la naturaleza de los delitos cometidos por uno y otro sexo (que no su número) es relativamente similar. Todo esto al autor le da igual porque su propuesta es sentenciar de forma diferente según el sexo del acusado, incluso aunque el delito sea el mismo. Recordemos que ese doble rasero ya existe en el sistema judicial actual, pero él propone llevarlo a sus últimas consecuencias: haciendo que solo los hombres puedan ir a prisión.

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